Recientemente leí una interesante entrevista a Luciano Burti publicada en el site Grande Prêmio. Entre muchas declaraciones, la que más me llamó la atención, sin dudas, fue cuando el ex piloto de los equipos Jaguar y Prost describió la emoción de haber visto de cerca un coche de Fórmula 1 por primera vez. Eso le sucedió durante la visita de la categoría a Interlagos, en 1991. Entonces a los 16 años, Luciano era apenas un espectador más en el sector G del trazado paulista y se "derritió" al ver la Ferrari de Jean Alesi salir de los boxes rumbo a la pista de 4.325 metros de extensión.
Ahora piensen. Si Burti, un sujeto que estuvo cuatro años en la Fórmula 1, recuerda con cariño la primera vez que vio un coche de la categoría, ¿imaginan lo que sentirían personas cuyo trajín diario está por demás lejano a un cockpit de un monoplaza de competición? Recuerdo muy bien la primera vez que estuve frente a frente con un F1. Fue durante una exposición sobre Ayrton Senna realizada en mayo de 2001, en la Pinacoteca de Ibirapuera, en São Paulo.
Después de un rápido almuerzo en casa, mi padre y yo fuimos en coche rumbo a aquella muestra... Curiosamente, el tránsito de São Paulo no nos complicó y llegué al Pabellón Manoel da Nóbrega, en Ibirapuera, 30 minutos antes de lo previsto. Centenares de personas ya estaban en las inmediaciones de la Pinacoteca, aguardando el inicio del horario de visitas. Por un rato, parecía que estaba en la salida de una carrera de alguna categoría promocional: un grid lleno, gente entendida, una inefable vigilia... En eso, luego que los organizadores del evento nos dieran bandera verde, aquello se convirtió en la salida de una carrera de Fórmula 1: proceso civilizado, sin incidentes, con alguna colada aquí y otra allá - siempre gracias a la habilidad de los "astutos" de siempre...
Estaba muy ansioso de ver lo que había en el Pabellón; en eso, luego de pasar por el patio y, todavía a cierta distancia, me quedé sorprendido: en ese salón estaba nada más y nada menos que el McLaren MP4/5B con el que Ayrton obtuviera el bicampeonato, en 1990. Por algunos instantes me quedé duro, tan paralizado como un jugador de fútbol que recibe un pelotazo en medio del estómago... Mas luego traté de acercarme lo más posible a esa belleza creada por Neil Oatley.
Durante unos minutos - que para mí parecieron una eternidad - observé todos los detalles del MP4/5B. ¡Era hermoso! Foto aquí, foto allá... Pero de hecho estaba concentrado apenas en contemplar aquel coche. Lejos de las pistas, el McLaren era como un animal fuera de su hábitat, empero, todavía así, transmitía el calor de las competencias automovilísticas y majestuosidad. Mirando aquella máquina, no sólo se me venían a la mente las conquistas de Ayrton; surgía en mí el recuerdo de los primeros años de la década del '90 en la Fórmula 1. Una época que poco pude seguir, pero que quedó marcada por los últimos suspiros de naturalidad en medio del ámbito tecnológico del campeonato.
Es verdad que en esa época afloraba el desarrollo de diversos aparatos electrónicos con miras a mejorar el rendimiento de los monoplazas. Prueba de eso es que Nigel Mansell se acicalaba los cabellos - y se afilaba el bigote, por supuesto - en 1992, a bordo de un Williams equipado con suspensión activa y otras maravillas que hicieron que Senna apodase ese Williams-Renault como un "coche de otro planeta". Pero el equipamiento de entonces era capaz de dejar en evidencia defectos y virtudes de los pilotos con más facilidad que ahora. Era posible identificar gente con una técnica más agresiva, como Ayrton; aquellos más veloces, pero que solían tener mala suerte - caso de Mansell; pilotos más consistentes, como Alain Prost; fantásticos preparadores de coches, véase Nelson Piquet; y así...
La tecnología ha invadido los monoplazas de tal modo que es difícil señalar, por ejemplo, a un buen preparador de coches en la parrilla actual. Es cierto que en la época de Senna, Piquet, Prost y Mansell, la telemetría ya estaba ahí. Pero actualmente el intercambio entre ingenieros y "software" es tan grande que el staff de un equipo sabe cuáles problemas presenta un coche antes incluso de que el piloto realice cualquier comentario sobre el rendimiento de su máquina. Lo que el conductor va a decir es importante, pero queda como complemento, puesto que, antes de que el coche llegue a los boxes ya pasa por la mente de los ingenieros el cómo resolver determinado problema.
Curiosamente, en la Fórmula 1 de principios de los 90, hasta los errores parecían más naturales que ahora. El piloto hacía mal un cambio, sentía el rugido del motor y se daba cuenta que había cometido una tontería. Hoy, eso sólo pasa si hubiera algún problema mecánico o el piloto, en una regresión a los tiempos del jardín de infancia, se confundiera al accionar las levas ubicadas detrás del volante...
Aún así, no debemos comparar pilotos de diferentes épocas. Cada uno fue un grande - o un ridículo - en su tiempo. Lo que cambió fue la cantidad de componentes que facilitan la conducción de un coche y el profesional de las pistas necesitó adecuarse a tal realidad. Fruto del camino que los equipos de Fórmula 1 tomaran por su cuenta, gracias a la magnificencia de la categoría. Un camino sin vuelta atrás que hace que la "simplicidad" de aquel coche que viera yo por primera vez sea algo cada vez más distante.
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